Escrito II
EL CONOCIMIENTO
13- La Comunión
EL CONOCIMIENTO
13- La Comunión
Tras el paso por el estrecho desfiladero, ante nosotros, imponente, como salido de un cuento: la fachada de Al-Khazneh, el Tesoro de Petra. Percibimos el sendero como el de la estrecha franja que separa la vida de la Vida. Y ahora sentíamos al entrar en Al-Khazneh, en su sala funeraria, como si algo de nosotros se fuera desprendiendo, una vieja piel ya inservible, aquella que cumplió el propósito para la que fue concebida: llevarnos hasta este punto de no retorno. Salimos de ella más que impresionados.
Seguimos caminando por el valle y esculpidas en las paredes cientos de tumbas nos encontramos a nuestro paso, a la vez que las ruinas de las civilizaciones que la fueron habitando a través del tiempo hasta que la ciudad cayó en el olvido.
Tras un ligero descanso, al final de la vía romana contemplando este maravilloso enclave, frente a nosotros se abría un camino con cientos de escalones ascendentes que nos llevan a Ad-Deir, el Monasterio, una subida que Jeshua nos propuso sin vacilar.
Aunque el calor apretaba, un ligero viento nos hacía compañía.
Jeshua no dejaba de decirnos que merecía la pena la ascensión. Así pues, comenzamos a subir, no sin antes respirar consciente y profundamente llenando nuestros pulmones del aire sano del lugar. Más de un alto tuvimos que hacer en el camino, eran muchos peldaños estando algunos muy desgastados y resbaladizos que nos dieron más de un pequeño susto. Sus palabras no dejaban de alentarnos, Jeshua conocía bien el lugar al que íbamos.
—Unos pocos peldaños más y ya llegamos ―nos decía él sin dejar de sonreír.
—Sí —le contestó Meryem—, pero esto parece que no acaba nunca.
Y los tres nos reímos a carcajadas.
Ante nosotros una extensa planicie y a su derecha la deslumbrante fachada del Monasterio, inmensa y aún más según nos acercábamos a ella, parecía que dentro íbamos a encontrar algo similar al interior de una catedral; sin embargo no fue así, sino que la sencillez más absoluta nos sorprendió, sólo había una cámara con sus paredes desnudas y lisas, desproporcionadamente pequeña ante la grandeza de su fachada. Quizás un lugar de culto iniciático o tumba de algún rey, fuera como fuese sin igual en el mundo conocido.
Más majestuoso que los monumentos erigidos en Petra era la contemplación de la ciudad, la eterna ciudad de tonos rosáceos, y las montañas desérticas desde este incomparable lugar.
El Sol lucía esplendoroso. Decidimos permanecer unos minutos refugiados dentro del Monasterio y, ante nuestro asombro escuchamos la voz del Maestro.
—¡Bienvenidos!
Los tres nos volvimos siguiendo la dirección del sonido y ahí se encontraba Él, a nuestra espalda. Juntó sus manos y se las acercó a su pecho bajando un poco su rostro, respondimos del mismo modo. El lugar, nuestros espíritus, se impregnaron de una inenarrable sensación de paz. Él, parecía tener un aspecto diferente a como le solíamos ver en otras ocasiones. Si sublime era su figura, en este momento lo era aún más. El resplandor que emanaba de su Ser iluminaba la estancia.
Salió del recinto y salimos tras sus pasos.
Una espesa neblina comenzó a cubrir la planicie hasta alcanzarnos por completo, miríadas de luces como estrellitas se entremezclaron con ésta y una multitud de gente surgida de ellas se congregó en torno a Él.
La niebla desapareció.
El Maestro se sentó en el suelo, juntó sus manos a la altura de la cintura y las enlazó, cerró sus ojos, nos invitó a todos a hacer lo mismo y así lo hicimos.
—Como habéis visto —comenzó a decirnos—, estáis en un lugar singular con una historia que se remonta a siglos donde diversas civilizaciones han dejado su huella.
—Habéis comprobado cómo los recintos funerarios están por doquier, cómo la muerte está muy arraigada en ésta y en el resto de las culturas humanas.
—Mas al igual que en otros lugares, aquí algunos supieron comprender que existe un camino que trasciende esa etapa necesaria en la vida. Y comenzaron a labrar en la piedra, escalón a escalón, los cientos de ellos que llevan a esta planicie, desde donde percibieron con más claridad el mundo que les rodeaba y donde construyeron este Monasterio o Templo en el que reposaban antes de dejar el último vestigio de su mortalidad, viviendo la trascendencia no para alejarse del mundo sino para ser uno con él.
—No se convertían en dioses, sino que su conciencia abarcaba según subían peldaño a peldaño un poco más de su infinitud, hasta comprender, sentir y ser Uno con la Vida.
—¡Eternos! ¡Vivos! Porque vieron cómo atrás fueron dejando los cascarones que les sirvieron en cada paso, en cada encarnación. Comprendieron y supieron quienes fueron. El objetivo de cada paso dado, tanto en el valle como en la ascensión, como nuevamente en el descenso al valle aquellos que así lo decidieron.
—Dios convirtiéndose en ser humano, éste ascendiendo; Dios contemplándole y descendiendo hasta encontrarse originándose la fusión, la unión. El encuentro deseado de Dios consigo mismo en el ser humano. El encuentro deseado del Hijo-Hija con Dios: La Comunión.
—Hace dos mil años a través de Jeshua trasmití este conocimiento a vuestra civilización, como anteriormente lo hice con otras y seguiré haciéndolo, una y otra vez más.
—Y paso a paso por el valle, peldaño a peldaño, vais ascendiendo, teniendo al principio pequeños encuentros conmigo de acuerdo a vuestra comprensión y Amor hasta que en la cumbre de este mundo vivimos una mayor Comunión. Pero esto no es más que el principio de lo que nuestro Padre anhela para vosotros.
—Vosotros vivís en Mí como Yo en el Padre y Él en Vosotros. En Comunión.Dichas estas palabras se levantó y con el mismo gesto con el que llegó se despidió de todos nosotros.
La niebla volvió a envolvernos y quienes se encontraban con nosotros volvieron a transformarse en pequeñas luminarias desapareciendo al poco con la niebla, quedándonos los tres solos ante el bello paisaje de un atardecer en la antigua ciudad de Petra.
Al igual que Petra, los cuerpos de barro continúan siendo moldeados por las manos del Alfarero.
Seguimos caminando por el valle y esculpidas en las paredes cientos de tumbas nos encontramos a nuestro paso, a la vez que las ruinas de las civilizaciones que la fueron habitando a través del tiempo hasta que la ciudad cayó en el olvido.
Tras un ligero descanso, al final de la vía romana contemplando este maravilloso enclave, frente a nosotros se abría un camino con cientos de escalones ascendentes que nos llevan a Ad-Deir, el Monasterio, una subida que Jeshua nos propuso sin vacilar.
Aunque el calor apretaba, un ligero viento nos hacía compañía.
Jeshua no dejaba de decirnos que merecía la pena la ascensión. Así pues, comenzamos a subir, no sin antes respirar consciente y profundamente llenando nuestros pulmones del aire sano del lugar. Más de un alto tuvimos que hacer en el camino, eran muchos peldaños estando algunos muy desgastados y resbaladizos que nos dieron más de un pequeño susto. Sus palabras no dejaban de alentarnos, Jeshua conocía bien el lugar al que íbamos.
—Unos pocos peldaños más y ya llegamos ―nos decía él sin dejar de sonreír.
—Sí —le contestó Meryem—, pero esto parece que no acaba nunca.
Y los tres nos reímos a carcajadas.
Ante nosotros una extensa planicie y a su derecha la deslumbrante fachada del Monasterio, inmensa y aún más según nos acercábamos a ella, parecía que dentro íbamos a encontrar algo similar al interior de una catedral; sin embargo no fue así, sino que la sencillez más absoluta nos sorprendió, sólo había una cámara con sus paredes desnudas y lisas, desproporcionadamente pequeña ante la grandeza de su fachada. Quizás un lugar de culto iniciático o tumba de algún rey, fuera como fuese sin igual en el mundo conocido.
Más majestuoso que los monumentos erigidos en Petra era la contemplación de la ciudad, la eterna ciudad de tonos rosáceos, y las montañas desérticas desde este incomparable lugar.
El Sol lucía esplendoroso. Decidimos permanecer unos minutos refugiados dentro del Monasterio y, ante nuestro asombro escuchamos la voz del Maestro.
—¡Bienvenidos!
Los tres nos volvimos siguiendo la dirección del sonido y ahí se encontraba Él, a nuestra espalda. Juntó sus manos y se las acercó a su pecho bajando un poco su rostro, respondimos del mismo modo. El lugar, nuestros espíritus, se impregnaron de una inenarrable sensación de paz. Él, parecía tener un aspecto diferente a como le solíamos ver en otras ocasiones. Si sublime era su figura, en este momento lo era aún más. El resplandor que emanaba de su Ser iluminaba la estancia.
Salió del recinto y salimos tras sus pasos.
Una espesa neblina comenzó a cubrir la planicie hasta alcanzarnos por completo, miríadas de luces como estrellitas se entremezclaron con ésta y una multitud de gente surgida de ellas se congregó en torno a Él.
La niebla desapareció.
El Maestro se sentó en el suelo, juntó sus manos a la altura de la cintura y las enlazó, cerró sus ojos, nos invitó a todos a hacer lo mismo y así lo hicimos.
—Como habéis visto —comenzó a decirnos—, estáis en un lugar singular con una historia que se remonta a siglos donde diversas civilizaciones han dejado su huella.
—Habéis comprobado cómo los recintos funerarios están por doquier, cómo la muerte está muy arraigada en ésta y en el resto de las culturas humanas.
—Mas al igual que en otros lugares, aquí algunos supieron comprender que existe un camino que trasciende esa etapa necesaria en la vida. Y comenzaron a labrar en la piedra, escalón a escalón, los cientos de ellos que llevan a esta planicie, desde donde percibieron con más claridad el mundo que les rodeaba y donde construyeron este Monasterio o Templo en el que reposaban antes de dejar el último vestigio de su mortalidad, viviendo la trascendencia no para alejarse del mundo sino para ser uno con él.
—No se convertían en dioses, sino que su conciencia abarcaba según subían peldaño a peldaño un poco más de su infinitud, hasta comprender, sentir y ser Uno con la Vida.
—¡Eternos! ¡Vivos! Porque vieron cómo atrás fueron dejando los cascarones que les sirvieron en cada paso, en cada encarnación. Comprendieron y supieron quienes fueron. El objetivo de cada paso dado, tanto en el valle como en la ascensión, como nuevamente en el descenso al valle aquellos que así lo decidieron.
—Dios convirtiéndose en ser humano, éste ascendiendo; Dios contemplándole y descendiendo hasta encontrarse originándose la fusión, la unión. El encuentro deseado de Dios consigo mismo en el ser humano. El encuentro deseado del Hijo-Hija con Dios: La Comunión.
—Hace dos mil años a través de Jeshua trasmití este conocimiento a vuestra civilización, como anteriormente lo hice con otras y seguiré haciéndolo, una y otra vez más.
—Y paso a paso por el valle, peldaño a peldaño, vais ascendiendo, teniendo al principio pequeños encuentros conmigo de acuerdo a vuestra comprensión y Amor hasta que en la cumbre de este mundo vivimos una mayor Comunión. Pero esto no es más que el principio de lo que nuestro Padre anhela para vosotros.
—Vosotros vivís en Mí como Yo en el Padre y Él en Vosotros. En Comunión.Dichas estas palabras se levantó y con el mismo gesto con el que llegó se despidió de todos nosotros.
La niebla volvió a envolvernos y quienes se encontraban con nosotros volvieron a transformarse en pequeñas luminarias desapareciendo al poco con la niebla, quedándonos los tres solos ante el bello paisaje de un atardecer en la antigua ciudad de Petra.
Al igual que Petra, los cuerpos de barro continúan siendo moldeados por las manos del Alfarero.