lunes

7 - El Espíritu del Hijo

Escrito II
EL CONOCIMIENTO

7- El Espíritu del Hijo

El viejo auto y yo nos pusimos en marcha, atrás queda algo más que vivencias y recuerdos, queda todo lo que uno ha sido y es.

Largo ha sido el camino recorrido hasta aquí: escarpadas montañas, precipicios que te incitan a volar, valles llenos de vida que te piden alojarte en ellos y echar raíces. Sin embargo algo en lo más profundo de mi ser siempre me ha empujado a seguir avanzando, ningún lugar era el adecuado y así me lo decía: “Juan, hay que seguir adelante, aún no has llegado”.

Y ahora… voy camino del valle del Jordán. Presiento el encuentro tan anhelado, no por mero deseo sino la consecuencia de un destino escrito en el libro de la Vida. Sabiendo que no es más que el siguiente paso, el punto de encuentro entre lo infinito y lo finito, el eje en el espacio y el instante justo en medio de la eternidad.

No hay vuelta atrás, mi alma está vacía, ya todo está entregado a la Madre Tierra. Todo está decidido, la duda el viento se la llevó, ahora parto ligero de equipaje. La entrega a la voluntad del Padre ya es completa. Vacío de mí, simple mortal imperfecto; mas es así como me quiere, entregado a su causa, la causa del Amor.

Llegué junto al río Jordán. Un autocar repleto de turistas se alejaba del lugar. El Sol brillaba con todo su poder, un viejo olivo me sirvió de cobijo. Nadie parecía encontrarse cerca y decidí descansar un poco cerca del río que llevó las aguas que en otro tiempo al Maestro bañaron…

Me despertó una bandada de palomas blancas que revoloteando acabaron posándose en unos arbustos cercanos, parecían estar esperando a alguien.

Al poco tiempo, todas giraron la cabeza al unísono y yo junto a ellas, un extraño silencio se apoderó del lugar.

Sobre las aguas del Jordán una silueta iba tomando forma, mi corazón parecía estallar, era Él, su cuerpo brillando como mil soles, una aureola de luz tras otra le rodeaban. Se fue acercando hacia donde me encontraba. Las palomas comenzaron a revolotear sobre nuestras cabezas creando un ligero viento alrededor nuestro, partículas de polvo se levantaron hasta conseguir que no viera nada más allá de unos pocos metros.

Y ahí estaba frente a mí, su semblante no era el mismo, nunca le vi como en este momento. Era Él y no era Él, su rostro en un instante era joven y seguidamente se convertía en el de un anciano, todo giraba a mi alrededor hasta sentirme mareado…

Me vi en medio del firmamento, sin forma, aún así contemplé el más bello espectáculo que del Universo uno pueda imaginar, mas no sólo veía sino que sentía cómo formaba parte de Él. Y el Universo y yo éramos Uno. Miré y distinguí dos soles acercándose, una gran explosión se produjo, todo desapareció y de la nada fue surgiendo una niebla y de ésta una estrella recién nacida. Me sentí atraído hacia ella hasta fundirme en su incandescencia.

Todo lo sabía, todo lo sentía, era a la vez ínfimo y grandioso, mi mente todo lo abarcaba y supe que el Espíritu de Dios estaba en mí.

Sin saber cómo, me encontré de nuevo frente a Él, ahora su rostro era el de siempre y me sonrió. Me tomó las manos junto a las suyas y con sus dedos trazó en la izquierda un círculo que se oscureció hasta volverse negro y en la derecha dibujó otro circulo que brilló hasta volverse blanco. Con sus manos tomó las mías y las unió dentro de las suyas. Una paloma se posó sobre ellas, al momento una luz que brotó de ésta nos cubrió por completo, y mi cuerpo se hizo como el suyo, no era de carne y de sangre sino de Luz y mi espíritu era como el suyo y la Verdad nos habitó.

Él era yo y yo era Él.

Me soltó las manos, señalándome un puente sonrió desapareciendo ante mis ojos.
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