Escrito II
EL CONOCIMIENTO
EL CONOCIMIENTO
4- El Destino
Caminaba por los lugares de Nazaret en los que el Maestro, siglos atrás, dejó una huella imborrable, no en una piedra o en escritos, sino en los corazones de quienes vivieron junto a Él…
De sus años de infancia junto a sus padres y hermanos nada nos decía. Era María quien se deshacía en halagos por su hijo y Él se ruborizaba; nos hablaba de su timidez —siempre presto a ayudar a los mayores—; de sus primeros trabajos con José en el taller disfrutando siempre con todo lo que hacía.
—Se solía sentar —nos indicaba María— sobre una roca junto a la casa a observar a los demás niños en sus juegos, siempre acababa jugando ante mi insistencia. Pero lo que más le gustaba era, ya al atardecer, ver el ocaso del Sol y cómo las estrellas iban asomando en el cielo. ¿Hay niños en ellas?, solía preguntarme siendo muy pequeño. Yo me encogía de hombros, no sabía que contestarle, mas fue Él un día quien ante tal pregunta respondió diciendo: “Yo vengo de una estrella”. Le dije que no se lo expresara a nadie pues le acabarían apedreando en la plaza. Me respondió con una sonrisa.
—Así era Él ―continuó—, siempre enigmático, no obstante pura amabilidad. Siempre atento a las historias, que le contaba José mientras le ayudaba, sobre cómo llegaron a estas tierras nuestros antepasados; del esfuerzo de su pueblo por encontrar la Tierra Prometida por Dios. Él se quedaba embelesado y siempre quería saber más, su curiosidad no tenía límite…
—De este modo transcurría su infancia y adolescencia, hasta que un día nos explicó que debía ocuparse de otros asuntos. Yo creía que quería contraer matrimonio, pues ya estaba en edad de ello. Él me aclaró que los asuntos eran los referentes a su Padre. Yo estaba contenta, y así se lo manifesté, de que decidiera entonces dedicarse por completo a la carpintería. En aquel momento su semblante cambió y me dijo: “Debo dedicarme a los asuntos de mi Padre, el de todos”.
—Sabía de siempre de sus inquietudes espirituales. Le pregunté si pensaba dedicarse al sacerdocio, me contestó: “Los sacerdotes ya me enseñaron cuanto sabían y ahora debo de retirarme por un tiempo al desierto al encuentro con mi Padre, después volveré a compartir sus enseñanzas”.
—Un día, ya entrado el otoño, salió de casa camino al desierto, solo ―sus ojos se humedecían al recordarlo.
—Todo un hombre —nos decía— y sin embargo no dejaba de ser mi niño quien se alejaba; era su destino, José y yo debíamos respetarle y así lo hicimos.
Y aquí está Él ahora…, otra vez con los suyos y con algunos más a quienes nos considera y nos consideramos sus hermanos; disfrutando de la sencillez de un día como cualquier otro, y sin embargo, único e irrepetible.